viernes, 15 de noviembre de 2013

Estado de cosas.

Esto no es un encierro. Es todo lo contrario. Es haber salido, la puerta se cerró detrás de mí y yo todavía ni siquiera caigo en que me quedé en calzoncillos y descalzo en la mitad del pasillo esperando que alguien abra desde adentro. Y empiezo a preocuparme, a tiritar, a sentarme en el felpudo de la puerta para no morirme de frío, a rechazar la taza de café que ofrece el vecino. Ni siquiera me animo a tocar el picaporte o mirar por el ojo de la cerradura. A veces me pregunto cómo llegué hasta acá pero la mayoría del tiempo me conformo con el estado de espera constante que no me hace feliz pero al menos me preserva sagrado, cerrado por adentro, seguro.

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