sábado, 18 de mayo de 2013

Breve reflexión sobre un amigo que amaba.

Para él  enamorarse era una acción casi cotidiana. Se enamoraba al menos una vez por día. Caminaba por la calle y una irrefrenable sensación de burbujeante le recorría el cuerpo cada vez que veía alguien interesante. No bello, pero su truco consistía en ver en el otro una historia interesante detrás de él. Y así iba por la vida; cayendo enamorando una y otra vez, indiscriminadamente, y así vivía su vida, feliz. Vivía de la sensación de felicidad, de la inercia que lo lanzaba cada vez descubría un nuevo amor. Un día hubo más que amor. O hubo amor y algo más. O algo así. Creo que fortuitamente pero no. Un día tocó el otro lado de la orilla y se dijo: "Quedémonos con un amor a ver qué pasa" y el amor devino... no sé... no sé que hay por arriba del amor pero hay algo. Y bueno, fue más que amor, y el amor se confundió con lo que había por arriba del amor y después fue todo lo mismo y único y lo llamó amor, y lo demás dejó de ser amor y empezó a caminar por las calles sin enamorarse más pero con un amor que estaba por arriba. Era bueno, debemos decir, a pesar de lo restringido de ese amor. Y un día, no hubo más más arriba del amor y, no sabemos si por fatalidad o porque el ciclo de la vida es así, se terminó. Y no hubo más amor por arriba del amor. Y no hubo más amor ni enamoramiento en las calles, ni la sensación burbujeante porque ahora todo se llamaba igual y lo de arriba era lo mismo que lo de abajo, y/o viceversa y ya no podía vivir de los empujones que le daba todo eso. ¿Y después que pasó? Vivió. ¿Cómo? No sabemos muy bien, pero es un secreto a voces que encontró otra manera de amar lo de arriba, y lo de abajo también.

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