domingo, 5 de mayo de 2013

La ventura de mis deseos.

Tengo un universo pequeño, minúsculo, y sin embargo inconmensurablemente vasto. En ese limitado universo que es mío y donde se configuran todas las posibilidades, los deseos tiene un espacio pequeño en un rincón. No hacen mucho más que respirar un poco, a veces se restriegan algo entre ellos, pero en general están sentados quietitos sin decir nada. Uno nunca sabe bien qué les anda pasando. A veces, muy de vez en cuando, uno de ellos decide salir de su lugar predestinado y buscar un poco de ventura y empieza a recorrer risueñamente los lugares de mi pequeño vasto universo. En general se pierde y al rato aparece misteriosamente en su lugar de origen, pero a veces sale llamado por una voz exterior. Ese es otro tipo de salidas. Salidas embelesadas, abobadas, con paso trastabillado como de borracho, y sonrisa tonta. Esas son más complicadas ya que mis deseos no acostumbran a ser llamados y no se les da bien la comunicación. Cuando ellos vagan solos la libertad es la gran garante que asegura la vuelta, pero cuando son llamados, esa es otra historia, en general trágica. Todo se resume a que el pobre bobo no entiende. No sabe lo que oye, no entiende lo que dice y termina confundiendo las huidas con abrazos, los silencios con caricias y la lástima con amor.  ¿Y qué le queda al pobre diablo confundido? Reclusión. Busca encierro en ese rincón de mi pequeño vasto universo sólo esperando la voz que lo llame, que es lo único que se escucha con claridad. Las llamadas son claras cuando se trata de mis deseos y por eso se recluyen: para que los llamen. Justamente porque mis deseos sólo encuentran cuando son buscados. Pero ellos no entienden, pobres, el silencio que se suscita cuando vuelven al rincón.  

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