lunes, 10 de febrero de 2014

Estática.

La cohabitación de emociones en mi cuerpo hace ya tiempo empezo a producir una especie de turbulencia, forma de interferencia que limitaba por momentos bastante mi canal de comunicación con el mundo de los hechos. Recuerdo las primeras épocas en las que me manejaba perdido, dando tumbos, dudando de todo cuanto pudiera suceder. Incluso estoy seguro de que miles de cosas sucedieron sin que yo jamás me diera cuenta. No importaba cuán descomunal fuera mi esfuerzo por descifrar lo que estaba por debajo de la estática, todo era incierto. De buenas a primeras, en alguno de esos misteriosos momentos del alma, me sumergí en el ruido que recubría mi existencia y comencé a tratar de escuchar la estática, y ya no sobre o debajo de ella. Para mi sorpresa era un hormigueo agradable. Poseía algún tipo de ritmo, contenía silencios, no era constante; a veces casi desaparecía, a veces no me dejaba escuchar ni mis pensamientos, de cuando en cuando tomaba formas musicales. Todos estos fenómenos, familiares, absolutamente familiares. Llevo un tiempo dejándome impulsar por esta lluvia sonora. Cada vez más voy comprendiendo el mensaje, la lógica en sus ires y venires, casi puedo prever sus movimientos y variaciones. Y todo apunta a una conclusión única, valga la redundancia, y conocida. Una obviedad, una cuestión de una evidencia tal que parece incluso estúpido no haber entendido que lo que para mí por tanto tiempo fue una barrera contra lo real, siempre había sido lo real llamándome; la vida por detrás del silencio horroroso, antinatural y oscuro al que un día decidí someter mi existencia.

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