martes, 14 de enero de 2014

Nada ahoga la angustia que ahoga.

La angustia en la mitad de la noche se mitigaba con la ternura de un tipo extraño. Abriendo los ojos y viéndote, arrimándome. Ahora nada ahoga la angustia que ahoga. Solamente existe la ternura condescendiente, solamente intentos superfluos sobre los que las penas nadan y nunca se hunden, ni siquiera se empapan, ni siquiera dudan. Mi frivolidad es respuesta a la frivolidad, al apuro, al atolondramiento. Es una lucha incansable contra lo obvio y lo evidente, que cómo toda cosa obvia y evidente es mentira y oculta. Sostengo este duelo de opuestos, neurótico, obturando todo bajo la certeza de que el silencio es el sonido más sincero, que la quietud hace al movimiento brusco, que la paciencia no puede ser otra cosa que la urgencia más grande de todas, que la incomprensión es ni más ni menos que el total entendimiento de la complejidad del otro. En cualquier otro tipo de linealidad mis penas nadan y nunca se hunden, ni siquiera se empapan, ni siquiera dudan.

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