martes, 9 de julio de 2013

Hacer pie.

Todo ese movimiento fulminante no me gustó. La adrenalina de las calles de invierno y yo sólo por la noche ya no tienen el mismo sabor que tenían cuando estaba perdido. Ahora encuentro los lugares en lo que quiero o debo estar con tanta facilidad que estar lejos es nefasto. Hace noches me hallé perdido en un rincón de la ciudad pegado a los auriculares y con la campera cerrada hasta el cuello, con la total certeza de no estar ni aquí ni allá. Ni del lado de los movimientos fulminantes ni sentado frente a la estufa o tapado con la frazada.
Antes el intermedio era deleite. Transitar era en muchos casos el presagio de algo bueno o al menos nuevo. Ahora valoro si las cosas no están muy lejos de donde las dejé ayer. Cada pie que pongo afuera es un vértigo salvaje. No sé si cuando vuelvo todo esto sigue en pie. Tampoco sé si quiero. Pero algo tiene que estar en pie. En algún lado hay que hacer pie. Sino uno se ahoga.

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